Voy a considerar a esto mi primera acuarela de verdad.
Una serie de casualidades, y una persona a la que quiero mucho, se juntaron para que de repente tuviera papel de acuarela (del bueno), acuarelas (de las buenas) y muchas ganas. Lo del tiempo ha sido más a la larga.
Total, que me ha gustado hacer esto, que no me veía capaz y que ya he empezado a hacer la siguiente.
"Si
quieres olvidar a una mujer, conviértela en literatura.”
Por
eso empecé a escribirte, porque necesitaba olvidarte un poco y así
poder calmar el terremoto de no tenerte. Pero me he dado cuenta de
que no sirve de nada, de que esto solo me está enfermando más y es
una patología de la que no quiero salir porque creo que la meta
final eres tú.
Te
hago literatura porque lo mereces; te hago literatura porque te
necesito de algún modo -de cualquier modo-; te hago literatura
porque te recuerdo, cuerdo y loco, a cada instante. Te hago
literatura porque “amarte en parte porque eres todo arte”
Amor,
que yo por ti pasaba por cien suelos de clavos, doscientas pasarelas
de fuego, volvería a vivir los peores meses y me quitaba los
dieciséis de diciembre del calendario.
Amor,
que yo busco y busco y no encuentro nada que no haría por ti.
Que
Wio suena cada noche a las diez menos cuarto, trayendo todo un cóctel
de noticias menos las tuyas. Y que no estás aquí para huir, ni
antes de las diez ni después y fíjate que sí que enloquezco cuando
oigo a alguien gritar a una terraza “te amo” y no eres tú.
Amor,
que te amo y no me encuentro límites en este campo.
Lobito
y yo hemos estado en muchas pausas además de muchos replays. En
una de esas, larga como los inviernos sin poder acurrucarme en sus
brazos, todo fue muy a la deriva en mi vida. Había abandonado
Nuestra Ciudad buscando paraísos allá dónde se hablaba que
existían y solo me encontré bosques quebradizos de abetos quemados.Yo, que soy tanto de desierto como de mar. Yo, que soy tanto de
verano como de diciembre. Yo, que me monto en la atracción más alta
a pesar de mi vértigo. Fui incapaz de mantenerme firme en ese
bosque... quebradizo... y quemado, de abetos.
Llegó
diciembre para salvarme, como siempre hace. Con mi dieciséis y
nuestro veinticinco. Y yo solo me dejé llevar a casa de nuevo y yo
solo volví a encontrar todo el hogar que necesitaba en él.
Después
de nuestra pausa, después de haberme marchado y haberle dejado allí,
volvimos a levantar el vendaval en Nuestra -siempre eterna e
inamovible- Ciudad. Nos pusimos a trepar edificios esa noche. El más
alto de todos, el gigante abandonado, tan pausado en el tiempo que
estaba en blanco y negro.
Trepamos
por las escaleras y paredes y llegamos a su punto más alto, llegamos
a nuestros tronos de emperador y emperatriz de esa ciudad. Veíamos
sus luces resplandecer tintineantes, la avenida desembocando en
institutos de colores, a lo lejos el fin y cerca -con nosotros- el
principio.
Me
acuerdo del temblor de estar de nuevo con mi Lobito, de seguir
escribiendo nuestra historia, de sentirme en el lugar en el que justo
tenía que estar. Me acuerdo de él haciéndome una foto porque
“estaba mona” ahí arriba, con la nariz roja del frío y los
mofletes sonrojados del amor que me recorría cada centímetro.
Allí,
arriba, en la cumbre de la montaña de nuestros recuerdos le conté
que Madrid se estaba portando mal. Le conté que lloraba más que
reía. Le conté que ser fuerte ya no servía. Y él me volvió a
prestar sus brazos y me abrazó con el corazón. Después de tantos
meses, después de haber sido amor y desamor,
~ahí estaba él: íntegro, inalterable, permanente, continuo, inefable.
para
mi: descompuesta, rota, rasgada, descosida, quebrada.~
Porque lo
necesitaba, de nuevo, vino con su silente aullido a calmar todos
mis eclipses.
Ahora
Madrid me está dando muchos mimos y si ella no puede, hay personas
que lo hacen. Pero la verdad -y sé que es una preferencia estúpida-
preferiría que Madrid siguiera siendo una mierda y tener a Lobito
conmigo.
No
tengo ni puñetera idea de lo que hace con su vida y tampoco tengo ni
puñetera idea de lo que hago yo con la mía sin él. Por qué no
nos estamos queriendo. Por qué salgo a la calle y no está él
esperando. Por qué no tengo mi coche para ir a recogerle. Por qué
está allí. Por qué seguimos en pausa. Por qué así. Por qué
Lobito y Luna y no sólo él y yo.
En una de tantas madrugadas Nuestra
Ciudad se nos quedó pequeña y quisimos experimentar. ¿Qué se
contarían los demás, los que estaban más allá de la frontera de
nuestras calles?
Cogimos el coche y nos fuimos al
centro. Llegamos bien tarde, tanto que la fiesta ya se estaba
acabando para todos, la afición que teníamos de vernos por las
noches tenía sus ventajas y desventajas. Pero nos dio igual, la
fiesta la traíamos nosotros.
No pasaron ni diez minutos desde que
dejamos el coche aparcado en una calle de las que nunca hay
aparcamiento hasta que un par de tipos nos pararon. Me pararon más
bien. Soy una ligona, señores, qué le voy a hacer. Bueno, en
realidad no, pero al tipo ese le tenían que gustar las
coletas mal hechas y las camisetas anchas de perritos.
Dos tipos de nuestra edad se nos
acercaron. Uno -el ligón- iba con más alcohol que sangre en las
venas, el otro -el ajustado- iba más estable, enfundado en un
atuendo claustrofóbicamente apretado y con unas gafas a conjunto de toda esa
“modernez”. Ambos hacían un dúo gracioso. El ligón no tardó
ni tres frases en decirnos que era guitarrista y que tocaba en un
grupo con mucha proyección, mientras nos contaba esto sus pelos largos se le caían por
la cara y con un gesto torpe los iba retirando.
El ligón me ofreció una cerveza que
acepté y nos preguntaron si estábamos de fiesta, y aunque
hubiéramos llegado hacía diez minutos solo para ver otras calles
diferentes Lobito dijo con seguridad:
“¡Claro, claro! ¿Qué vamos a
hacer si no por aquí?"
Le gustaba liarla y más con gente a la que
acababa de conocer. Así que nos pusimos en camino los cuatro:
Lobito, Luna, el ligón y el ajustado.
El ligón solo tenía dos vertientes de
conversación: que era muy bueno tocando la guitarra y tirarme
indirectas. No sé con cuál me reía más. Era un tipo simpático.
En una plaza descubrimos que teníamos una amiga en común y entonces
quiso hacerse una foto juntos para enviársela. Lo que me vino de
sorpresa es que me cogiera cual princesa para posar. Ojalá pudiera
poneros aquí la foto, mi cara tiene una sonrisa muy característica
que solo me sale en las situaciones desconcertantes.
Después de ese breve pero intenso
episodio seguimos nuestro camino, los cuatro: Lobito, Luna, el
ligón y el ajustado.
Lobito estaba teniendo a ratos una
conversación con el ajustado, aunque no se le veía muy ilusionado,
no era de esas personas a las que acababa de conocer que tuviera
cosas interesantes que contarle. Yo a ratos también le rescataba,
pero el ligón era muy ligón. Fue ahí cuando empecé a insinuar que
Lobito y yo éramos novios, aunque no lo fuéramos realmente, no en
el sentido estricto de la palabra.
En la siguiente plaza el ligón frenó
en seco y dijo que no se creía que estuviéramos juntos. Entonces
nos "retó" a que nos diéramos un beso para comprobarlo. Qué gran desafío besar a aquel con quien me pasaría el resto de mi vida. Cuando Lobito y yo
lo hicimos la actitud del ligón cambió. Lobito lo describía así: “qué triste se puso, aunque también estaba algo enfadado.” Lo cierto es que algo en su mente alcoholizada hizo el
intento de cambiar, pero -aunque más disimulado- la esencia fue la
misma.
Finalmente llegamos a unos de los pocos
locales que abrían hasta el amanecer pero yoya me había cansado
de compartir esa noche con otros y con la mirada y un par de apretones de mano Lobito entendió que era momento de irse. Le hicimos al ligón
y al ajustado (que estaba también harto de nosotros) la de “nos
duele la cabeza” e hicimos bomba de humo.
Recuerdo esa noche con cariño porque
fue la perfecta demostración de que Lobito y yo somos tan variables
como queramos. Y también porque me gusta la picardía con la que se
divierte viéndome en esas situaciones surrealistas con gente al
azar.
"Estuve en Londres, Buenos Aires, México, me bañé en el Sena, y sí, vuelvo con la conclusión: en todos esos cielos brilla igual nuestra luna llena, y tú sigues siendo la mejor."
Era muy de madrugada cuando Sputnik -mi amor- apareció de nuevo por el borde del abismo. Era muy -aún más- de madrugada cuando volví a decidir rescatarle. Era muy -ya tan- de madrugada que la luna estaba tenue cuando Sputnik me miró con esos ojos infinitos que te recitan literatura. Era ya -casi- un amanecer cuando Sputnik se acercó a mi yo inmóvil contemplativo de su atmósfera, como si yo fuera un satélite y Sputnik la estrella, y me dijo que ya estaba todo listo para amar de nuevo. Era ya amanecer cuando Sputnik se fue, de nuevo, pero esta vez ya no por el borde, y ya ni siquiera por el abismo.
Mucho antes de querernos sin importar
el dónde, ni el por qué solo el cómo -de la manera más sincera y
sin ataduras-; mucho antes de los besos, de los te quieros, de
compartir cama, coche y playa; mucho antes de que me doliera el
corazón no tenerle cerca; mucho antes de saber que no hay mayor
devastación que ver a la persona que más quieres queriendo a otra.
Mucho antes de Lobito y Luna, él y yo fuimos mejores amigos.
Nunca hemos dejado de serlo en
realidad. Nos hemos puesto pocas normas pero las que hay son
necesarias. Varias veces hemos dejado claro que ante todo todo somos
mejores amigos. Nos lo hemos dicho muchas veces pero para mi quedó
sellado en uno de los viajes nocturnos en coche. Íbamos al centro de
la ciudad, una noche muy surrealista que otro capítulo contará.
Comenzamos a hablar con las
declaraciones de amor en la garganta y las ganas de destruirnos a
mordiscos en los labios, pero supimos priorizar lo importante:
“Tú y yo nos vamos a querer
muchísimo pero jamás podemos olvidar que ante todo somos mejores
amigos.”
Fue bonito. Una especie de “aunque
esté queriendo a otra y tú estés queriendo a otro siempre nos
vamos a tener porque eso significa ser mejores amigos” Siempre nos
tenemos, por una parte siempre nos tenemos.
No fue poco tiempo, fueron cinco años
de pura amistad. Cinco años en los que no nos probamos al desnudo.
Cinco años dónde aunque existieran las ganas simplemente no tenía
que ser. Cinco años que no sé si ahora aguantaría. Por eso es que
le necesito tanto; porque a pesar de nuestras pausas, de nuestros
cambios de carrete, siempre está ahí y yo siempre estoy aquí, en
esa habitación imaginaria que compartimos dándonos la mano y de la
que ninguno queremos salir.
Decimos mucho eso de “nadie me
entiende” hasta que llega la persona que sí lo hace y ahí,
entonces, no podemos dejarla escapar.
Lobito es mi mejor amigo, aunque de la
expresión “mejor amigo” la palabra importante en realidad es
“mejor”. Él es mi Mejor.
Mejor que todos -que lo tengo
comprobado-
Mejor que todas
Mejor que un día de playa
Mejor que cualquier madrugada
Mejor que la película más galardonada
Mejor que lo que necesito respirar
Mejor que Arctic Monkeys
Mejor que Neruda
Mejor que todos los libros de mi
estantería
Mejor que un viaje sorpresa
Puede parecer complicado mezclar amor y
amistad, más aún cuando no se sabe cuál es más fuerte. Y lo es.
Un día decidimos complicarlo todo y fue la mejor decisión del
mundo. Era todo lo bonito de la amistad y todo lo bonito del amor. Yo
tenía a mi Mejor y eso solo me hacía ser mejor -su Mejor-
El problema fue cuando yo me vi
superada. Desde hacía meses temía que Lobito superara a Mejor, el
día que lo comprobé fue muy amargo. Le quería con el corazón más
que con el alma y por eso era incapaz de alegrarme verle feliz
mirando con ojos a otra. No los ojos que tiene conmigo, no la misma
mirada, no la misma felicidad, pero mirándole-con ojos-con
felicidad.
Cómo me detectó. Cómo notó a mi
corazón tirar del suyo. Cómo me leyó los sentimientos.
Esa fue la noche de los flamencos que
aunque tiene un nombre bonito para mi fue la mayor catástrofe de mi
vida. Por primera vez los huracanes, tornados y terremotos pasaron y
derribaron los edificios.
Él es mi mejor amigo pero también es
mi mejor amor y el problema fue que no pude mantener la balanza
equilibrada. Por eso estamos en pausa. Por eso le dejé libre. Por
eso él me dejó dejarle.
Viajar, la libertad, los sueños... eso representan mis tatuajes.
Advierto que hay muchos mitos sobre los tatuajes como que si tienes alguno ya no te puedes hacer radiografías (¡mentira!) o que no puedes donar sangre (sí puedes pasados tres meses). Así que antes de suponer cosas buscadlas, que no os engañen.
Lobito y yo no estamos en este momento en la misma órbita. Los astros pueden quererse mucho
pero si no toca aún el eclipse, no queda más remedio que esperar.
Escribo esto desde Nuestra Ciudad, con
todo el saco de nostalgia que eso supone. Oliendo a él en cada
calle. Mirando las luces de su guarida, encendidas, pero sabiendo que
no es él el que ahí se refugia. No quería escribir desde aquí,
las palabras adoptan otra forma entre toda esta nebulosa de recuerdos
pero lo cierto es que necesito hablar sobre nosotros porque así es
como si también le hablara a él.
Sin quererlo o queriendo pero sin
decirlo, sé en qué punto cardinal se encuentra Lobito. Qué voy a
hacer yo si la información me llega antes de que pueda frenarla. Yo
no he montado ninguna agencia de espionaje, ella se ha montado sola y
me ha elegido como cliente favorita. Últimamente estoy muy positiva
y me quedo con la parte buena: es gracioso saber que ha pisado
nuestras baldosas apenas 24 horas antes de que yo lo haga. Es
gracioso que hayamos decidido volver a Nuestra Ciudad en la misma
línea del calendario sin saberlo, sin haberlo planeado. Estamos
conexos sin remedio, aunque pueda
llegar a fastidiar.
Me gusta seguir paseando por las noches
cuando vuelvo. Aunque sea sola, me gusta. No tanto, pero me gusta.
Con menos magia sin él, pero me gusta. He desarrollado un gusto por
lo conocido. Por esas obras paralizadas de siempre, por ese graffiti
de siempre, ese bar de nombre rancio de siempre, ese descampado donde
soltábamos a correr a los perros de siempre, ese parque de siempre,
esa calle en cuesta de siempre, la avenida, la estación de buses, el
ayuntamiento, esa curva, las calles solitarias y amarillentas de madrugada y...
de siempre.
En el camino de vuelta, desde que
empiezo a ver su casa camino más despacito. En lo que más me fijo
siempre es la puerta, mi escena favorita de esta película es cuando
salía corriendo de ella y nos escapábamos en mi coche hasta que se
nos agotara el reloj. La miro desafiante, retándola a un “venga,
sorpréndeme”. Ella suele ganar.
Luego las paredes desaparecen y me
paseo por su interior. Hay una importante reserva de paz ahí,
subiendo la escalera a la izquierda más concretamente. La usaremos
para cuando el mundo esté a punto de morir de guerra.
Me encantaba su habitación, y mira que
habíamos estado en sitios especiales, pero su habitación me parecía
un refugio y lo mejor es que creo que para él también lo era cuando
yo estaba en ella.
Solíamos acampar allí y nos bastaba.
Teníamos una cama y nos bastaba. Poníamos cualquier serie en la
pantalla y nos bastaba. Él tenía su guitarra, yo mis oídos, mi voz
y mi sonrisa y nos bastaba.
Mi música preferida a día de hoy
sigue siendo él rasgando los acordes en su guitarra. Su facilidad
para sacar cualquier melodía. Canción que le pedía, canción que
me tocaba (o se aprendía para el día siguiente). Tenía complejo de
tocadiscos, de radio de los 80, de músico callejero, de banda sonora
de mi vida.
Tenía complejo de amor de mi vida.
Su guitarra inevitablemente me lleva a
nuestros tiernos trece años, cuando nos acabábamos de conocer y él
ya me invitaba a casa para tocar, y yo -que nunca había
cantado delante de nadie- me ponía a entonar “Que parezca un
accidente” de Pereza. Y él siempre pronunciaba mal eso de:
“Voy
a volcar lo que quiera,
es
lo que haría Frank.”
Nos sentábamos cada uno en una punta
del sofá porque estar cerca nos daba vergüenza. Pero no se puede
huir de alguien a quien te une tanto, el tiempo -mucho tiempo- hizo
su trabajo y esas uniones nos fueron acercando hasta que ambos
ocupábamos el mismo hueco del mismo sofá: yo encima de él
comiéndomelo a besos y él mirándome con la ternura con la que
siempre me ha mirado, y sin la que ahora no sé vivir completa. Me
faltan sus ojos mirándome con la luz tenue y con el sol a mediodía,
me faltan sus ojos diciéndome cuánto me quiere, qué cosas le
preocupan, contándome alegrías, escuchando las mías, sintiendo mis
penas. Me falta todo Lobito y toda la seguridad que me daba hacer
cualquier cosa con él. Puse mi corazón en sus manos y pondría
toda mi vida porque sé que, allá donde él vaya, siempre va a hacer
todo lo necesario para cuidarlo.
Lobito, he entrado en nuestro refugio
hoy, ese que no visitamos juntos desde hace tiempo, ese que a veces
compartes y no es conmigo. Me he colado porque aún es un poco mío,
lo siento, a mi nadie me quita la soberanía de esas paredes.
Busca, Lobito, se me han quedado por
allí algunas palabras. Me he vuelto a dejar algo de mi porque todos
los hologramas que allí viven necesitan compañía. El de nuestro
primer beso, el de la primera vez que te llamé Lobito.
Si alguna vez he creído ciegamente en
algo sin tener pruebas científicas sobre ello es en la Ley de la
improvisación. Esa que te empuja por los riachuelos de las
casualidades, las corrientes de las corazonadas y que finalmente
-normalmente- desemboca en una noche inolvidable. Inolvidable porque
también era inesperada y suelen ser dos características que se
retroalimentan.
Dentro de esta Ley nosotros éramos los
mayores científicos. Bueno, Lobito era el de ciencias, yo era algo
más de letras como la divulgadora. Sea como sea, hacíamos buen
equipo.
La mayoría de nuestros recuerdos
vienen de dejarnos llevar por ese mar. Simplemente nos encontrábamos
en las baldosas de nuestras calles y las cosas empezaban a suceder.
Era mágico, de repente estábamos juntos y era como si todo un
mecanismo se pusiera en marcha. Nos mirábamos y a la vez que
nuestras pupilas se conectaban, lo hacía todo el circuito de
casualidades que nos iban a llevar a sitios que aún no sabíamos
dónde estaban. Después de tanto tiempo fue imposible no notar que
algo sucedía cuando Lobito y yo estábamos frente a frente. Él
también lo sabía. Alguna vez hemos hablado de ello pero muy
susurradamente porque no queríamos entrometernos demasiado en los
engranajes; no nos hacía falta entenderlo, simplemente nos sentíamos
privilegiados de poder vivirlo.
Una de esas noches Lobito propuso
llevarme a ver las estrellas en un "cañón". Yo me imaginé el Cañón
del Colorado. Giré la cabeza
buscando instintivamente por los alrededores, claro que no iba a
verlo pero no sé, pensaba que podría detectarlo, como si de pronto
fuera a resaltar por el horizonte. Lobito me guió. Le encantaba
enseñarme lugares nuevos y yo adoraba que me compartiera sus
rincones. Muchos los descubría solo y otros muchos acompañado de su
otro jefe de manada. A mi me erizaba los sentidos el hecho de que
fuera capaz de conocer tantos lugares especiales dentro de aquel
desierto tan común y rutinario. Me sorprendía y a la vez no: era
Lobito, había nacido para encontrar ese tipo de cosas, creo que las
personas con chispa tienen magnetismo hacia los lugares eléctricos.
Cada vez que me descubría un nuevo lugar comprobaba que él era todo
un cúmulo de chispitas y no veas la sonrisa única que sale cuando
sabes que estás con una persona única.
El cañón resultó ser un
micro-paisaje de arenisca y sedimentos, era como si una muestra de
Colorado se hubiera depositado allí. Lo recuerdo con piedras rojizas
y el cielo parecía más profundo de lo normal.
Quizás si volviera ahora, vería la realidad: que era un secarral
lleno de barro. Pero yo que sé, en las noches con Lobito era muy
fácil subir de nivel todo.
Nos tumbamos sobre una roca plana y
miramos el cielo. Él sabía de astronomía, no era un experto pero
partiendo de que yo sabía cero coma uno, él me lo parecía.
Para mi siempre ha sido un tipo muy sabio, me lo imaginaba en
retratos tipo grabado como los de Da Vinci o Miguel Ángel, pero
poniendo alguna cara idiota -qué idiota es-
Me indicó algunas estrellas y
constelaciones, la verdad es que podría habérmela colado totalmente
porque ni idea. Pero Lobito no era el típico capullo que se hace el
entendido sobre estrellas solo para impresionar. Bueno, después de 5
años no necesitaba impresionarme con esas gilipolleces, no
necesitaba fingir ser algo que no era porque él era todo lo que
otros necesitaban fingir.
Después de haber ido enlazando temas y
seguir descubriéndonos el uno a través del otro, nos fuimos.
Abandonamos el cañón no por aburrimiento o porque la noche se nos
hubiera agotado -como de costumbre- la razón esta vez fue que los
mosquitos actuaron a modo de proyectil contra mi y vaya, salí hecha
un papel de burbujas. Las picaduras además me hicieron reacción y
al día siguiente iba luciendo unas bonitas piernas veraniegas con
tumultos que parecían radioactivos. Cuando me
vio al día siguiente se rió de mi y de mi desgracia. Menudo cabrón, cómo le gustaba verme fruncir el ceño y cómo me gustaba verle esa cara de pillo.
Os voy a contar la historia de Lobito
porque de alguna manera tengo que sacarme de dentro todo esto que no
me está dejando arrancar de lleno. No me quiero olvidar de Lobito,
esto no es una terapia anti-fieras, solo necesito descargarme del
peso que provocan nuestros recuerdos para ver si así puedo seguir
adelante. Tampoco es como que sea capaz de olvidarme de él, no es
tan fácil.
Lobito es una persona complicada pero
lo cierto es que yo lo he sido mucho más que él durante todo este
tiempo. Llevamos casi siete años de historia y como en toda
historia, hay guerras y tratados de paz y también, por supuesto, hemos tenido nuestros Felices años 20con su correspondienteCrac
del 29y la Gran Depresión, de la que -claro- nos recuperamos varias
veces.
Lobito y yo hemos sido todos los
fenómenos meteorológicos que podáis imaginar. Pero eso es fácil
porque bueno, él es un fenómeno. Tormentas y huracanes han pasado
por la ciudad sin que nadie más se de cuenta, pero también han
habido muchos mares en calma que puntualmente brotaban en tsunami y
otras que solo quedaban en una ligera subida de marea. También nos
hemos hecho desierto y tormentas de arena. Aunque sin duda, lo que
más hemos hecho Lobito y yo ha sido mojarnos en muchos sentidos:
empaparnos en lluvia, decirnos lo que a nadie más le hemos dicho y
ponernos muy calientes.
La mayoría de nuestra historia ha
tenido lugar en Nuestra Ciudad. Nuestra y de nadie más. Porque la
verdad es que hemos lanzado todo un hechizo que hace que el resto del
mundo no pueda ver las calles como las vemos nosotros. Existen
nuestras calles y las calles de los demás.
La ciudad donde nos
encontramos era fea de cojones, en serio. Pero
Lobito y yo las transformamos, no fue un trabajo fácil, fueron muchos
paseos nocturnos y e incontables aventuras. Nuestra Ciudad tiene el
récord de cantidad de recuerdos por metro cuadrado y estamos tan
orgullosos de eso. Cuando vuelvo a mi ciudad también vuelvo a
Nuestra Ciudad, es un viaje en dos, espero que algún día podáis
hacer uno. La verdad es que caminar por ese asfalto me llena de
nostalgia y una felicidad triste porque sin él pues... es feliz
-porque así lo construimos- pero su ausencia deja demasiadas puertas
abiertas a sentirse vacía y en consecuencia, triste.
Cuando conduzco con mi coche las cosas
se aceleran y ralentizan aún más. Se acelera el proceso de
reproducción de nuestros momentos y se ralentiza el tiempo para
apreciarlos mejor. No sé cómo explicaros, pero Nuestra Ciudad está
llena de hologramas de todos los besos que nos hemos dado, de aquella
rama del árbol que partió por hacer el mono, de esa idea de
pintar la gran pared blanca con una frase bonita, de escaladas por
edificios, de charlas en los parques, de comida a las tantas de la
madrugada, de derrapes en descampados abandonados, de estrellas en
edificios en ruinas y de quitarnos la ropa en caminos de tierra. Nos
veo por todos ladosy sé que nos hemos hecho inmortales porque
otros, todos aquellos que consigan vivir el amor, nos verán por ahí
retozando.
Yo vuelvo de vez en cuando, me hago ese
viaje en el que conforme cada kilómetro que me acerco puedo empezar
a notar la densidad del aire en el que nos dejamos tanto aliento. Él
vuelve menos. Ahora mismo ninguno vivimos allí, yo -como he dicho-
soy incapaz de olvidarnos, de olvidarle. Pero tengo miedo de que él
sí lo haga. De que un día deje de vernos. De que un día deje de
quererme a quemarropa.
Tampoco os voy a mentir, escribo esto
para sacármelo de dentro y también tengo la esperanza de que Lobito
lo lea y entienda que yo siempre voy a ser su Luna porque estamos así
unidos. En otro momento le invitaría a casa o me colaría en la suya
para recitarle estas líneas, o le llamaría y le diría “tú, mira
mi blog que te he dejado un regalo” o probablemente él me llamaría
y me diría “oye, me haces chispitas”. Pero ahora Lobito y yo
estamos en pausa, yo lo sé y también sé que él lo sabe. Siempre
hemos sido de hacer tratos sin palabras, no te hacen falta las
palabras cuanto te entiendes así con una persona. Yo le he dejado
tanto de mi y él tanto de sí que es imposible no estar conexos.
Tampoco le he pedido permiso, pero ya
os digo que esto le va a encantar aunque puede que no sea capaz de
leerlo muchos días por la hecatombe que desprenden nuestras
historias. No siempre apetece desencadenar un terremoto, a mi no me
apetece si no estamos juntos para ser el epicentro.
Por si acaso me lee:
Lobito, te quiero.
Esto es mi lucha por ti.
Ya sabes que no puedes pararme.
( t u s a l t a v o c e s l o e s t á n p i d i e n d o )
Lobito y Luna - 0 Llevo mes y medio en el mismo lugar a
pesar de haber hecho más de 1600 kilómetros en estos (largos)días
sin ti.
Me he quedado mirando las sombras de
los flamencos y la luna reflejada en el agua. La música de fondo a
lo lejos y tu voz bien cerca. Y la mía explicándote por qué te
quiero tanto y por qué me dueles más aún. Y tú entendiéndolo
todo:
«qué estúpido que tú y yo no estemos juntos usando este
amor que no se gasta»
Me he quedado allí, en ese trozo de
tierra donde juntos sobrevivimos la madrugada más difícil -y mira
que he luchado noches tormentosas- esa en la que por fin te dejaba
libre y yo, a cambio, me quedaba encerrada.
Me he quedado contigo a mi lado, con tu
mano sobre la mía, con la mía apretando la tuya porque la vida así
es más posible e inflamable.
Me he quedado con todas las cosas que
aún quiero decirte en las cuerdas vocales y con todos los besos en
los labios. Estoy durmiendo con todo lo que aún necesito que sepas,
con todas las descripciones que aún tengo sobre la forma en la que
nos queremos y qué pequeña se hace la cama. No me cansaría jamás
de detallarte el hueco que tiene mi vida con tu forma, aquí
esperándote para cuando quieras ocuparlo de nuevo.
No puedo cansarme de quererte porque no
me recuerdo sin hacerlo.
Hay personas que deberían ser eternas. Este vídeo es para todas ellas:
Hoy vuelve a ser septiembre y aunque tú ya no lo notes, aún me dueles. Como el frío en los labios, como el asfalto en las manos. No te imaginas cuánto me dueles. Porque te fuiste y mi corazón grita que fue mi culpa, pero mi cabeza, con calma, me dice que era inevitable. Y aún así, cómo quise evitarlo. Porque son amargas las despedidas, y más la nuestra que fue para siempre. Porque no decirte “hasta siempre, amiga” me ha dejado vacía, y todo me resulta aún tan reciente. Tan ayer. Tan hoy. Cómo dueles. Porque ahora estamos separadas, y no por un mar, ni un país, estamos separadas por un cielo. Y es que me dueles, desde el momento que pronunciaste un adiós con ojos cansados y tristes, desde ese instante me dueles. Eran kilómetros de palabras no pronunciadas. Una distancia que rompiste sin dudarlo. En un solo latido de corazón, me acurrucaste entre tus brazos y con valentía pronunciaste lo imposible: “Te quiero”
Gracias a Andrea por su texto y su historia. No habría sido posible sin ella.
Y estas son 50 cosas sobre mi, pero cosas por las que conocerme de verdad. Para ello he tenido que contar cosas realmente importantes para mi, tanto buenas como malas, que me hacen ser la persona que soy hoy.
¡hola, hola! Vuelvo a darle un baile a las sesiones fotográficas. Esta vez en compañía de Ica, una chica con unos rasgos de esos que no te olvidas. Adorable pero imponente a la vez. La verdad es que fotografiarla fue una maravilla. Y no os perdáis la corona de flores rojas¡la improvisó ella en un momento!
(haz clic en la foto para verla en grande)
Ica fue durante unos meses un gran apoyo para mi. Compañera de piso, madre a tiempo parcial (tanto de mi como de mi perrita), consejera y compañía de tardes de estudio en la biblioteca. Y, sin ella saberlo, me enseñó que podemos encajar con personas con las que jamás pensábamos que íbamos a llegar a más de lo convencional.
¡Espero que os haya gustado esta sección! ¿Qué foto(s) te ha gustado más?
Cuando no han pasado ni 24 horas y ya
te estoy echando de menos, es cuando sé que estoy jodida.
Jodida pero en el sentido de que tengo
ganas de verte y querernos mucho. Con esto no quiero decir que
vengas corriendo así que relaja y deja de pensar dónde tienes las
llaves, es solo que me apetece decirte que el peor insomnio es el de
cuando echas de menos.
Cuando llegaste a mi vida no fuiste
silencioso, ni prudente, te daba igual saltarte todas las señales,
las rotondas y los semáforos, yo pensaba que estabas loco, mal de la
cabeza, pero entonces me di cuenta de que a veces eso es lo que pasa
cuando estás enamorado. Llegaste con tu sonrisa huracanada y como
tal noté el viento venir desde que te asomaste tan solo un poquito.
Nada fue lo mismo desde que esta brisa me recorre las esquinas del
cuerpo y se me cuela entre los dedos. Todo es bastante mejor desde
que estás.
Eres tan parte de mi que a mis momentos
de “necesito estar sola” les he añadido un “pero contigo”.
Eres mi siempre y mi nunca, mi a veces y mi en ocasiones. Mi todo y
mi más aún. Mi por supuesto que puedo y mi no me rindo.
Eres tan parte de mi que ya no se me
agotan las fuerzas, porque cuando voy sobre mínimos aún tengo tus
máximos. Mi salvavidas. Mi paracaídas. Mi boca a boca.
Ayer me preguntaste si sé en qué
momento me enamoré de ti y me quedé totalmente en silencio. Claro
que sé en qué segundo de mi vida me enamoré de ti, pero decírtelo
sería como rechazar todos los demás y... en realidad no son menos
importantes.
Te voy a querer todos los días. Y
siempre un poquito más. Y justo por eso, nunca voy a ser capaz de
dejar de echarte de menos cuando te vas, aunque no hayan pasado... ni
24 horas.
¡Bienvenidos a mi andén, donde siempre están pasando los trenes!
¿Te vienes y nos acompañas en esta nueva etapa?
Siempre que me siento atascada decido hacer cambios, esto me ayuda a seguir avanzando y a experimentar. Esta nueva etapa está siendo un no parar de crear y estoy tan contenta con ello. La mayor actividad va para mis canales de Youtube, donde hice muchos cambios de diseño como nuevas fotos de perfil:
Y una nueva cabecera que... ¡sí! informa de que hay nuevo vídeo cada LUNES en mi canal principal:
Lo cierto es que no quiero olvidarme de las otras cosas, nunca he sido monotemática y por eso no quiero hacer solo vídeos. Y aunque estas primeras semanas del cambio de etapa he centrado todo mi esfuerzo en Youtube, ya me he estabilizado un poco y puedo centrarme también en este blog, por lo tanto empezará a ser actualizado con otras cosillas independientes de los vídeos.
En marzo de este año hice un viaje de esos que sabes, desde antes de hacer la maleta, que te van a cambiar.
Monté en dos aviones, crucé el Atlántico y aterricé en la capital de México.
México. El país frontera que abre Latinoamérica, del que llevaba descubriendo cosas nuevas sin parar muchos meses. Desde donde recibía un cariño enorme diario"Saludos desde México". Estuve ocho días y fueron suficientes para saber que tenía que volver y por mucho más tiempo. Para confirmar la unión emocional que llevo toda mi vida sintiendo con América Latina. El motivo de mi viaje fueron dos eventos relacionados con el mundo de Youtube. Durante toda mi aventura mexicana conocí a personas fantásticas, hice amigos de los buenos y pude por fin abrazar a tantas personas que me arropaban detrás de la pantalla sin cansancio. Fue una experiencia inexplicablemente fantástica y me di cuenta de lo afortunada que soy de vivir mi vida.
Por supuesto tenía que dejar todo esto inmortalizado y por ello grabé una especie de vídeo-diario de viaje, si quieres ver cómo fue solo dale un 'clic' y play: