Lobito y yo no estamos en este momento en la misma órbita. Los astros pueden quererse mucho
pero si no toca aún el eclipse, no queda más remedio que esperar.
Escribo esto desde Nuestra Ciudad, con
todo el saco de nostalgia que eso supone. Oliendo a él en cada
calle. Mirando las luces de su guarida, encendidas, pero sabiendo que
no es él el que ahí se refugia. No quería escribir desde aquí,
las palabras adoptan otra forma entre toda esta nebulosa de recuerdos
pero lo cierto es que necesito hablar sobre nosotros porque así es
como si también le hablara a él.
Sin quererlo o queriendo pero sin
decirlo, sé en qué punto cardinal se encuentra Lobito. Qué voy a
hacer yo si la información me llega antes de que pueda frenarla. Yo
no he montado ninguna agencia de espionaje, ella se ha montado sola y
me ha elegido como cliente favorita. Últimamente estoy muy positiva
y me quedo con la parte buena: es gracioso saber que ha pisado
nuestras baldosas apenas 24 horas antes de que yo lo haga. Es
gracioso que hayamos decidido volver a Nuestra Ciudad en la misma
línea del calendario sin saberlo, sin haberlo planeado. Estamos
conexos sin remedio, aunque pueda
llegar a fastidiar.
Me gusta seguir paseando por las noches
cuando vuelvo. Aunque sea sola, me gusta. No tanto, pero me gusta.
Con menos magia sin él, pero me gusta.
He desarrollado un gusto por lo conocido. Por esas obras paralizadas de siempre, por ese graffiti de siempre, ese bar de nombre rancio de siempre, ese descampado donde soltábamos a correr a los perros de siempre, ese parque de siempre, esa calle en cuesta de siempre, la avenida, la estación de buses, el ayuntamiento, esa curva, las calles solitarias y amarillentas de madrugada y... de siempre.
He desarrollado un gusto por lo conocido. Por esas obras paralizadas de siempre, por ese graffiti de siempre, ese bar de nombre rancio de siempre, ese descampado donde soltábamos a correr a los perros de siempre, ese parque de siempre, esa calle en cuesta de siempre, la avenida, la estación de buses, el ayuntamiento, esa curva, las calles solitarias y amarillentas de madrugada y... de siempre.
En el camino de vuelta, desde que
empiezo a ver su casa camino más despacito. En lo que más me fijo
siempre es la puerta, mi escena favorita de esta película es cuando
salía corriendo de ella y nos escapábamos en mi coche hasta que se
nos agotara el reloj. La miro desafiante, retándola a un “venga,
sorpréndeme”. Ella suele ganar.
Luego las paredes desaparecen y me
paseo por su interior. Hay una importante reserva de paz ahí,
subiendo la escalera a la izquierda más concretamente. La usaremos
para cuando el mundo esté a punto de morir de guerra.
Me encantaba su habitación, y mira que
habíamos estado en sitios especiales, pero su habitación me parecía
un refugio y lo mejor es que creo que para él también lo era cuando
yo estaba en ella.
Solíamos acampar allí y nos bastaba.
Teníamos una cama y nos bastaba. Poníamos cualquier serie en la
pantalla y nos bastaba. Él tenía su guitarra, yo mis oídos, mi voz
y mi sonrisa y nos bastaba.
Mi música preferida a día de hoy
sigue siendo él rasgando los acordes en su guitarra. Su facilidad
para sacar cualquier melodía. Canción que le pedía, canción que
me tocaba (o se aprendía para el día siguiente). Tenía complejo de
tocadiscos, de radio de los 80, de músico callejero, de banda sonora
de mi vida.
Tenía complejo de amor de mi vida.
Su guitarra inevitablemente me lleva a
nuestros tiernos trece años, cuando nos acabábamos de conocer y él
ya me invitaba a casa para tocar, y yo -que nunca había
cantado delante de nadie- me ponía a entonar “Que parezca un
accidente” de Pereza. Y él siempre pronunciaba mal eso de:
“Voy
a volcar lo que quiera,
es
lo que haría Frank.”
Nos sentábamos cada uno en una punta
del sofá porque estar cerca nos daba vergüenza. Pero no se puede
huir de alguien a quien te une tanto, el tiempo -mucho tiempo- hizo
su trabajo y esas uniones nos fueron acercando hasta que ambos
ocupábamos el mismo hueco del mismo sofá: yo encima de él
comiéndomelo a besos y él mirándome con la ternura con la que
siempre me ha mirado, y sin la que ahora no sé vivir completa. Me
faltan sus ojos mirándome con la luz tenue y con el sol a mediodía,
me faltan sus ojos diciéndome cuánto me quiere, qué cosas le
preocupan, contándome alegrías, escuchando las mías, sintiendo mis
penas. Me falta todo Lobito y toda la seguridad que me daba hacer
cualquier cosa con él. Puse mi corazón en sus manos y pondría
toda mi vida porque sé que, allá donde él vaya, siempre va a hacer
todo lo necesario para cuidarlo.
Lobito, he entrado en nuestro refugio
hoy, ese que no visitamos juntos desde hace tiempo, ese que a veces
compartes y no es conmigo. Me he colado porque aún es un poco mío,
lo siento, a mi nadie me quita la soberanía de esas paredes.
Busca, Lobito, se me han quedado por
allí algunas palabras. Me he vuelto a dejar algo de mi porque todos
los hologramas que allí viven necesitan compañía. El de nuestro
primer beso, el de la primera vez que te llamé Lobito.
me encanta.
ResponderEliminarme encantas.
más aún cuando me pones Pereza. ay.
Es la faceta artística que más me gusta de ti, eres capaz de meterme en la historia como si fuera mía y de repente observarla desde fuera, sintiéndome personaje o espectador indistintamente.
ResponderEliminarMe has hecho llorar, y no suelo hacerlo con textos o películas, es extraño. Supongo que eso lo dice todo...qué maravillosa y genial tu forma de ver las cosas y de transmitirlo Abbey
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