domingo, 14 de octubre de 2018

Los paisajes no tienen montañas

Entiendo el horizonte,
los hemisferios,
la línea del Ecuador
y el meridiano de Greenwich,
pero la mayoría de los paisajes que veo, no tienen forma.

Hay una montaña desde la que se ve a los aviones despegar
que sabe a segundas oportunidades.
Allí vi a una persona recoger sus pedazos,
mirar sus roturas con cuidado,
una a una,
limpiarlas con mimo
y reconstruirse.

Me gusta pensar que solo yo conozco mi playa favorita,
o al menos solo yo la conozco a las ocho y media,
cuando en sus nubes se hace de noche.
Allí si le aullas a las olas,
te responden golpeándote con fuerza los talones.

Hay una puerta de la catedral que me ha visto enamorada
y sabe un poco a limón y pimienta.
Huele a la humedad de su saliva
y nunca se pasa con la sal.

Las carreteras del norte me enseñaron que llevaba mucho tiempo respirando mal,
así que me pusieron en acústico los pulmones
y dejaron sin volumen mis nostalgias.
La paz tiene el sonido del silencio.

El Passeig de Sant Joan me da vértigo detrás del lunar de la barriga
y hago de tripas corazón en cada uno de sus cruces.
Yo soy más fuerte que él
y lo sabe cuando llego al final,
entera,
tan entera que da rabia.

Cuando paso por una calle nueva
siempre me fijo en los adoquines del suelo
y en el azul de su cielo.
En si la gente allí llena de verde los balcones
o tiene todas las ventanas cerradas.
Me gustan las calles que saben a barrio,
los vecinos que hacen barrio.

Hay tantos besos de hierro que aún no he dado,
tengo tantas ganas de recorrer Argentina.
Hay tantos huecos que rellenar en esta libreta.
Nadie sabe todo lo que me guardo dentro.

Los paisajes tienen muchas más palabras que montañas.