viernes, 20 de febrero de 2015

quemar rueda.

Echo de menos mi coche para tener dónde comer pizza, dónde besarnos y dónde follarnos. Para poder ir a la playa, dejarlo en la orilla, poner las luces, coger un disco cualquiera y el volumen lo suficientemente alto como para escuchar las olas pero no los problemas.

Echo de menos conducir dirección a un concierto, a comer con mamá, a ver a la abuela, a tu casa, a mi casa, a verte salir corriendo del portal a las dos de la madrugada y, seguramente, no volver hasta que se nos agote la noche.
Y lo mal que estás de la puta cabeza.

Echo de menos verte con la luz naranja de las farolas, el reflejo verde de los semáforos y el rojo de “unos segundos para meterte mano.”

Echo de menos llenarlo de tantas maletas que subir cuestas ya no se le haga fácil, y poner rumbo, y encallarlo, y sacarlo, y volver a poner rumbo. Y joder, que no nos queda gasolina, pero sí muchas ganas.

Echo de menos llegar, y bajar corriendo, dejando las llaves dentro porque tus brazos esperan fuera y están muy vacíos sin mi acurrucándome en ellos. Recogerte en cualquier momento porque nuestras agujas del reloj son “me apeteces” y “ahora”. Y al segundero ni le daba tiempo a aparecer.

Echo de menos quemar rueda mientras nos queremos a quemaropa. Meter quinta con tu mano sobre la mía y la sexta ponerla nosotros cantando Pereza a toda voz y desafinando:

“Ardió el colchón
donde tú y yo
mojamos nuestros flacos huesos secos
tiritando
y un amor tan prieto y dulce
como no pensé que habría algo tan dulce como tú”

Echo de menos mi coche y los “hay que descubrir ese sitio” a modo de pasaporte.
Y sobre todo echo de menos que esta fuera la única manera en la que la distancia ya no importara y siempre fuera capaz.


     donde huir era fácil y encontrarse aún más