domingo, 2 de abril de 2017

Hasta que dejemos de ser jóvenes.

Me sé tus intermitencias y he aprendido a sobrevivir a ellas. Al principio no fue fácil, yo era demasiado constante y tú eras demasiado de jugar al escondite.
Cuando deseo que alguien llegue y me cambie la mirada, pienso en que llegue alguien como tú. Pero como tú ya no hay nadie más.

Eres mi chico azotea. Con el que las noches están más oscuras y las estrellas brillan como si fuera su última oportunidad. La luz, de lateral, realza tu barbilla y esos labios pequeñitos que siempre me recuerdan las buenas razones por las que vivir momentos contigo, jamás dejará de merecer la pena.

Pero cuando más fuerte me besabas y yo más te sonreía, te ponías en pausa de nuevo. En tus apagones no se me dejaba entrar y yo tampoco toqué demasiado la puerta porque la única vez que insistí, se me entumecieron los nudillos de dar golpes a tu muralla sin respuesta.

A veces me descubro pensando en cuando me dejaste pasar a tus lugares y yo los miraba como un tesoro, y tú te extrañabas de que los viera así. «No es nada, no es para tanto» de lo que nunca te has dado cuenta es de que “tú, subes el nivel”.

Eres mi chico lesbiano. El de la magia que hacer volar al Poeta Halley y se me cuelga en los versos. “Cuando no me ves” estoy luchando por no pensarte y escribirte todo lo que llevo acumulado desde que te conocí. Tengo miedo de soltar toda la poesía que me has dejado, y que tu intermitencia se convierta en ausencia. Pero me arriesgo al huracán.

Quiero estar contigo hasta que dejemos de ser jóvenes. Mi chico de los besos sorpresa, de los besos cuando acaba de llegar el bus y ya me voy, de los que me das y luego te giras -y algo murmullas-, el de los besos después de no tantas cervezas y sí mucha música. Contigo descubrí que se puede tener un primer beso, dos veces. Que las manos que encajan como las nuestras, no deberían soltarse nunca.