miércoles, 28 de octubre de 2015

Lobito y Luna IV

Mucho antes de querernos sin importar el dónde, ni el por qué solo el cómo -de la manera más sincera y sin ataduras-; mucho antes de los besos, de los te quieros, de compartir cama, coche y playa; mucho antes de que me doliera el corazón no tenerle cerca; mucho antes de saber que no hay mayor devastación que ver a la persona que más quieres queriendo a otra. Mucho antes de Lobito y Luna, él y yo fuimos mejores amigos.
Nunca hemos dejado de serlo en realidad. Nos hemos puesto pocas normas pero las que hay son necesarias. Varias veces hemos dejado claro que ante todo todo somos mejores amigos. Nos lo hemos dicho muchas veces pero para mi quedó sellado en uno de los viajes nocturnos en coche. Íbamos al centro de la ciudad, una noche muy surrealista que otro capítulo contará.
Comenzamos a hablar con las declaraciones de amor en la garganta y las ganas de destruirnos a mordiscos en los labios, pero supimos priorizar lo importante:

“Tú y yo nos vamos a querer muchísimo pero jamás podemos olvidar que ante todo somos mejores amigos.”

Fue bonito. Una especie de “aunque esté queriendo a otra y tú estés queriendo a otro siempre nos vamos a tener porque eso significa ser mejores amigos” Siempre nos tenemos, por una parte siempre nos tenemos.

No fue poco tiempo, fueron cinco años de pura amistad. Cinco años en los que no nos probamos al desnudo. Cinco años dónde aunque existieran las ganas simplemente no tenía que ser. Cinco años que no sé si ahora aguantaría. Por eso es que le necesito tanto; porque a pesar de nuestras pausas, de nuestros cambios de carrete, siempre está ahí y yo siempre estoy aquí, en esa habitación imaginaria que compartimos dándonos la mano y de la que ninguno queremos salir.
Decimos mucho eso de “nadie me entiende” hasta que llega la persona que sí lo hace y ahí, entonces, no podemos dejarla escapar.

Lobito es mi mejor amigo, aunque de la expresión “mejor amigo” la palabra importante en realidad es “mejor”. Él es mi Mejor.
Mejor que todos -que lo tengo comprobado-
Mejor que todas
Mejor que un día de playa
Mejor que cualquier madrugada
Mejor que la película más galardonada
Mejor que lo que necesito respirar
Mejor que Arctic Monkeys
Mejor que Neruda
Mejor que todos los libros de mi estantería
Mejor que un viaje sorpresa

Puede parecer complicado mezclar amor y amistad, más aún cuando no se sabe cuál es más fuerte. Y lo es. Un día decidimos complicarlo todo y fue la mejor decisión del mundo. Era todo lo bonito de la amistad y todo lo bonito del amor. Yo tenía a mi Mejor y eso solo me hacía ser mejor -su Mejor-
El problema fue cuando yo me vi superada. Desde hacía meses temía que Lobito superara a Mejor, el día que lo comprobé fue muy amargo. Le quería con el corazón más que con el alma y por eso era incapaz de alegrarme verle feliz mirando con ojos a otra. No los ojos que tiene conmigo, no la misma mirada, no la misma felicidad, pero mirándole-con ojos-con felicidad.
Cómo me detectó. Cómo notó a mi corazón tirar del suyo. Cómo me leyó los sentimientos.
Esa fue la noche de los flamencos que aunque tiene un nombre bonito para mi fue la mayor catástrofe de mi vida. Por primera vez los huracanes, tornados y terremotos pasaron y derribaron los edificios.


Él es mi mejor amigo pero también es mi mejor amor y el problema fue que no pude mantener la balanza equilibrada. Por eso estamos en pausa. Por eso le dejé libre. Por eso él me dejó dejarle.


martes, 27 de octubre de 2015

Estos son mis tatuajes y su significado

Viajar, la libertad, los sueños... eso representan mis tatuajes.


Advierto que hay muchos mitos sobre los tatuajes como que si tienes alguno ya no te puedes hacer radiografías (¡mentira!) o que no puedes donar sangre (sí puedes pasados tres meses). Así que antes de suponer cosas buscadlas, que no os engañen.

#TodosCabemosEnElAndén

viernes, 23 de octubre de 2015

Lobito y Luna III

Lobito y yo no estamos en este momento en la misma órbita. Los astros pueden quererse mucho pero si no toca aún el eclipse, no queda más remedio que esperar.
Escribo esto desde Nuestra Ciudad, con todo el saco de nostalgia que eso supone. Oliendo a él en cada calle. Mirando las luces de su guarida, encendidas, pero sabiendo que no es él el que ahí se refugia. No quería escribir desde aquí, las palabras adoptan otra forma entre toda esta nebulosa de recuerdos pero lo cierto es que necesito hablar sobre nosotros porque así es como si también le hablara a él.

Sin quererlo o queriendo pero sin decirlo, sé en qué punto cardinal se encuentra Lobito. Qué voy a hacer yo si la información me llega antes de que pueda frenarla. Yo no he montado ninguna agencia de espionaje, ella se ha montado sola y me ha elegido como cliente favorita. Últimamente estoy muy positiva y me quedo con la parte buena: es gracioso saber que ha pisado nuestras baldosas apenas 24 horas antes de que yo lo haga. Es gracioso que hayamos decidido volver a Nuestra Ciudad en la misma línea del calendario sin saberlo, sin haberlo planeado. Estamos conexos sin remedio, aunque pueda llegar a fastidiar.

Me gusta seguir paseando por las noches cuando vuelvo. Aunque sea sola, me gusta. No tanto, pero me gusta. Con menos magia sin él, pero me gusta.
He desarrollado un gusto por lo conocido. Por esas obras paralizadas de siempre, por ese graffiti de siempre, ese bar de nombre rancio de siempre, ese descampado donde soltábamos a correr a los perros de siempre, ese parque de siempre, esa calle en cuesta de siempre, la avenida, la estación de buses, el ayuntamiento, esa curva, las calles solitarias y amarillentas de madrugada y... de siempre.
En el camino de vuelta, desde que empiezo a ver su casa camino más despacito. En lo que más me fijo siempre es la puerta, mi escena favorita de esta película es cuando salía corriendo de ella y nos escapábamos en mi coche hasta que se nos agotara el reloj. La miro desafiante, retándola a un “venga, sorpréndeme”. Ella suele ganar.
Luego las paredes desaparecen y me paseo por su interior. Hay una importante reserva de paz ahí, subiendo la escalera a la izquierda más concretamente. La usaremos para cuando el mundo esté a punto de morir de guerra.

Me encantaba su habitación, y mira que habíamos estado en sitios especiales, pero su habitación me parecía un refugio y lo mejor es que creo que para él también lo era cuando yo estaba en ella.
Solíamos acampar allí y nos bastaba. Teníamos una cama y nos bastaba. Poníamos cualquier serie en la pantalla y nos bastaba. Él tenía su guitarra, yo mis oídos, mi voz y mi sonrisa y nos bastaba.
Mi música preferida a día de hoy sigue siendo él rasgando los acordes en su guitarra. Su facilidad para sacar cualquier melodía. Canción que le pedía, canción que me tocaba (o se aprendía para el día siguiente). Tenía complejo de tocadiscos, de radio de los 80, de músico callejero, de banda sonora de mi vida.
Tenía complejo de amor de mi vida.
Su guitarra inevitablemente me lleva a nuestros tiernos trece años, cuando nos acabábamos de conocer y él ya me invitaba a casa para tocar, y yo -que nunca había cantado delante de nadie- me ponía a entonar “Que parezca un accidente” de Pereza. Y él siempre pronunciaba mal eso de:
“Voy a volcar lo que quiera,

es lo que haría Frank.”

Nos sentábamos cada uno en una punta del sofá porque estar cerca nos daba vergüenza. Pero no se puede huir de alguien a quien te une tanto, el tiempo -mucho tiempo- hizo su trabajo y esas uniones nos fueron acercando hasta que ambos ocupábamos el mismo hueco del mismo sofá: yo encima de él comiéndomelo a besos y él mirándome con la ternura con la que siempre me ha mirado, y sin la que ahora no sé vivir completa. Me faltan sus ojos mirándome con la luz tenue y con el sol a mediodía, me faltan sus ojos diciéndome cuánto me quiere, qué cosas le preocupan, contándome alegrías, escuchando las mías, sintiendo mis penas. Me falta todo Lobito y toda la seguridad que me daba hacer cualquier cosa con él. Puse mi corazón en sus manos y pondría toda mi vida porque sé que, allá donde él vaya, siempre va a hacer todo lo necesario para cuidarlo.

Lobito, he entrado en nuestro refugio hoy, ese que no visitamos juntos desde hace tiempo, ese que a veces compartes y no es conmigo. Me he colado porque aún es un poco mío, lo siento, a mi nadie me quita la soberanía de esas paredes.
Busca, Lobito, se me han quedado por allí algunas palabras. Me he vuelto a dejar algo de mi porque todos los hologramas que allí viven necesitan compañía. El de nuestro primer beso, el de la primera vez que te llamé Lobito.



jueves, 15 de octubre de 2015

Lobito y Luna II

Si alguna vez he creído ciegamente en algo sin tener pruebas científicas sobre ello es en la Ley de la improvisación. Esa que te empuja por los riachuelos de las casualidades, las corrientes de las corazonadas y que finalmente -normalmente- desemboca en una noche inolvidable. Inolvidable porque también era inesperada y suelen ser dos características que se retroalimentan.
Dentro de esta Ley nosotros éramos los mayores científicos. Bueno, Lobito era el de ciencias, yo era algo más de letras como la divulgadora. Sea como sea, hacíamos buen equipo.

La mayoría de nuestros recuerdos vienen de dejarnos llevar por ese mar. Simplemente nos encontrábamos en las baldosas de nuestras calles y las cosas empezaban a suceder. Era mágico, de repente estábamos juntos y era como si todo un mecanismo se pusiera en marcha. Nos mirábamos y a la vez que nuestras pupilas se conectaban, lo hacía todo el circuito de casualidades que nos iban a llevar a sitios que aún no sabíamos dónde estaban. Después de tanto tiempo fue imposible no notar que algo sucedía cuando Lobito y yo estábamos frente a frente. Él también lo sabía. Alguna vez hemos hablado de ello pero muy susurradamente porque no queríamos entrometernos demasiado en los engranajes; no nos hacía falta entenderlo, simplemente nos sentíamos privilegiados de poder vivirlo.

Una de esas noches Lobito propuso llevarme a ver las estrellas en un "cañón". Yo me imaginé el Cañón del Colorado. Giré la cabeza buscando instintivamente por los alrededores, claro que no iba a verlo pero no sé, pensaba que podría detectarlo, como si de pronto fuera a resaltar por el horizonte. Lobito me guió. Le encantaba enseñarme lugares nuevos y yo adoraba que me compartiera sus rincones. Muchos los descubría solo y otros muchos acompañado de su otro jefe de manada. A mi me erizaba los sentidos el hecho de que fuera capaz de conocer tantos lugares especiales dentro de aquel desierto tan común y rutinario. Me sorprendía y a la vez no: era Lobito, había nacido para encontrar ese tipo de cosas, creo que las personas con chispa tienen magnetismo hacia los lugares eléctricos. Cada vez que me descubría un nuevo lugar comprobaba que él era todo un cúmulo de chispitas y no veas la sonrisa única que sale cuando sabes que estás con una persona única.

El cañón resultó ser un micro-paisaje de arenisca y sedimentos, era como si una muestra de Colorado se hubiera depositado allí. Lo recuerdo con piedras rojizas y el cielo parecía más profundo de lo normal. Quizás si volviera ahora, vería la realidad: que era un secarral lleno de barro. Pero yo que sé, en las noches con Lobito era muy fácil subir de nivel todo.
Nos tumbamos sobre una roca plana y miramos el cielo. Él sabía de astronomía, no era un experto pero partiendo de que yo sabía cero coma uno, él me lo parecía. Para mi siempre ha sido un tipo muy sabio, me lo imaginaba en retratos tipo grabado como los de Da Vinci o Miguel Ángel, pero poniendo alguna cara idiota -qué idiota es-
Me indicó algunas estrellas y constelaciones, la verdad es que podría habérmela colado totalmente porque ni idea. Pero Lobito no era el típico capullo que se hace el entendido sobre estrellas solo para impresionar. Bueno, después de 5 años no necesitaba impresionarme con esas gilipolleces, no necesitaba fingir ser algo que no era porque él era todo lo que otros necesitaban fingir.

Después de haber ido enlazando temas y seguir descubriéndonos el uno a través del otro, nos fuimos. Abandonamos el cañón no por aburrimiento o porque la noche se nos hubiera agotado -como de costumbre- la razón esta vez fue que los mosquitos actuaron a modo de proyectil contra mi y vaya, salí hecha un papel de burbujas. Las picaduras además me hicieron reacción y al día siguiente iba luciendo unas bonitas piernas veraniegas con tumultos que parecían radioactivos. Cuando me vio al día siguiente se rió de mi y de mi desgracia. Menudo cabrón, cómo le gustaba verme fruncir el ceño y cómo me gustaba verle esa cara de pillo.

I'll know the way back, if you know the way
But if you are, I'm quite alright, hiding today ♫

lunes, 12 de octubre de 2015

Lobito y Luna I

Os voy a contar la historia de Lobito porque de alguna manera tengo que sacarme de dentro todo esto que no me está dejando arrancar de lleno. No me quiero olvidar de Lobito, esto no es una terapia anti-fieras, solo necesito descargarme del peso que provocan nuestros recuerdos para ver si así puedo seguir adelante. Tampoco es como que sea capaz de olvidarme de él, no es tan fácil.

Lobito es una persona complicada pero lo cierto es que yo lo he sido mucho más que él durante todo este tiempo. Llevamos casi siete años de historia y como en toda historia, hay guerras y tratados de paz y también, por supuesto, hemos tenido nuestros Felices años 20 con su correspondiente Crac del 29 y la Gran Depresión, de la que -claro- nos recuperamos varias veces.
Lobito y yo hemos sido todos los fenómenos meteorológicos que podáis imaginar. Pero eso es fácil porque bueno, él es un fenómeno. Tormentas y huracanes han pasado por la ciudad sin que nadie más se de cuenta, pero también han habido muchos mares en calma que puntualmente brotaban en tsunami y otras que solo quedaban en una ligera subida de marea. También nos hemos hecho desierto y tormentas de arena. Aunque sin duda, lo que más hemos hecho Lobito y yo ha sido mojarnos en muchos sentidos: empaparnos en lluvia, decirnos lo que a nadie más le hemos dicho y ponernos muy calientes.

La mayoría de nuestra historia ha tenido lugar en Nuestra Ciudad. Nuestra y de nadie más. Porque la verdad es que hemos lanzado todo un hechizo que hace que el resto del mundo no pueda ver las calles como las vemos nosotros. Existen nuestras calles y las calles de los demás.
La ciudad donde nos encontramos era fea de cojones, en serio. Pero Lobito y yo las transformamos, no fue un trabajo fácil, fueron muchos paseos nocturnos y e incontables aventuras. Nuestra Ciudad tiene el récord de cantidad de recuerdos por metro cuadrado y estamos tan orgullosos de eso. Cuando vuelvo a mi ciudad también vuelvo a Nuestra Ciudad, es un viaje en dos, espero que algún día podáis hacer uno. La verdad es que caminar por ese asfalto me llena de nostalgia y una felicidad triste porque sin él pues... es feliz -porque así lo construimos- pero su ausencia deja demasiadas puertas abiertas a sentirse vacía y en consecuencia, triste.
Cuando conduzco con mi coche las cosas se aceleran y ralentizan aún más. Se acelera el proceso de reproducción de nuestros momentos y se ralentiza el tiempo para apreciarlos mejor. No sé cómo explicaros, pero Nuestra Ciudad está llena de hologramas de todos los besos que nos hemos dado, de aquella rama del árbol que partió por hacer el mono, de esa idea de pintar la gran pared blanca con una frase bonita, de escaladas por edificios, de charlas en los parques, de comida a las tantas de la madrugada, de derrapes en descampados abandonados, de estrellas en edificios en ruinas y de quitarnos la ropa en caminos de tierra. Nos veo por todos lados y sé que nos hemos hecho inmortales porque otros, todos aquellos que consigan vivir el amor, nos verán por ahí retozando.
Yo vuelvo de vez en cuando, me hago ese viaje en el que conforme cada kilómetro que me acerco puedo empezar a notar la densidad del aire en el que nos dejamos tanto aliento. Él vuelve menos. Ahora mismo ninguno vivimos allí, yo -como he dicho- soy incapaz de olvidarnos, de olvidarle. Pero tengo miedo de que él sí lo haga. De que un día deje de vernos. De que un día deje de quererme a quemarropa.

Tampoco os voy a mentir, escribo esto para sacármelo de dentro y también tengo la esperanza de que Lobito lo lea y entienda que yo siempre voy a ser su Luna porque estamos así unidos. En otro momento le invitaría a casa o me colaría en la suya para recitarle estas líneas, o le llamaría y le diría “tú, mira mi blog que te he dejado un regalo” o probablemente él me llamaría y me diría “oye, me haces chispitas. Pero ahora Lobito y yo estamos en pausa, yo lo sé y también sé que él lo sabe. Siempre hemos sido de hacer tratos sin palabras, no te hacen falta las palabras cuanto te entiendes así con una persona. Yo le he dejado tanto de mi y él tanto de sí que es imposible no estar conexos.
Tampoco le he pedido permiso, pero ya os digo que esto le va a encantar aunque puede que no sea capaz de leerlo muchos días por la hecatombe que desprenden nuestras historias. No siempre apetece desencadenar un terremoto, a mi no me apetece si no estamos juntos para ser el epicentro.

Por si acaso me lee:
Lobito, te quiero.
Esto es mi lucha por ti.
Ya sabes que no puedes pararme.

( t u s  a l t a v o c e s  l o  e s t á n  p i d i e n d o )


martes, 6 de octubre de 2015

aulla

Lobito y Luna - 0

Llevo mes y medio en el mismo lugar a pesar de haber hecho más de 1600 kilómetros en estos (largos) días sin ti.
Me he quedado mirando las sombras de los flamencos y la luna reflejada en el agua. La música de fondo a lo lejos y tu voz bien cerca. Y la mía explicándote por qué te quiero tanto y por qué me dueles más aún. Y tú entendiéndolo todo:
«qué estúpido que tú y yo no estemos juntos usando este amor que no se gasta»

Me he quedado allí, en ese trozo de tierra donde juntos sobrevivimos la madrugada más difícil -y mira que he luchado noches tormentosas- esa en la que por fin te dejaba libre y yo, a cambio, me quedaba encerrada.
Me he quedado contigo a mi lado, con tu mano sobre la mía, con la mía apretando la tuya porque la vida así es más posible e inflamable.

Me he quedado con todas las cosas que aún quiero decirte en las cuerdas vocales y con todos los besos en los labios. Estoy durmiendo con todo lo que aún necesito que sepas, con todas las descripciones que aún tengo sobre la forma en la que nos queremos y qué pequeña se hace la cama. No me cansaría jamás de detallarte el hueco que tiene mi vida con tu forma, aquí esperándote para cuando quieras ocuparlo de nuevo.
No puedo cansarme de quererte porque no me recuerdo sin hacerlo.

Sé en qué dirección vas, lobito.
Sé dónde está ahora tu manada.
Pero recuerda que yo siempre voy a ser tu luna.