Querida yo, espero que te acuerdes de
leer esto cada vez que estés triste, enfadada con el mundo, ya sabes,
en uno de esos momentos en los que te apetece rendirte y romper a
llorar.
Pero nada de romperse, nada de dejarse
vencer, eso nunca.
La vida es más sobrevivir que vivir,
eso lo tenemos asumido, pero recuerda que una vez con doce añitos
nos prometimos no quedarnos con las ganas de intentarlo, sin importar
las piedras que tuviera ese camino tan complejo y tan largo.
Estabamos dispuestas a tropezar y levantarnos las veces que hicieran
falta, porque sabemos que todos los caminos tienen un fin.
Te escribo después de coser los trozos
de mi que las circunstancias destruyeron. Te escribo después de
aprender a llorar como una experta. Llevaba tanto tiempo así que
terminé agotando mis gritos y mi rabia, y un día sin saber
por qué, quería más aire del que me ofrecían las cuatro paredes
de las que espero que algún día huyas, porque a ti esto, con lo
grande que eres se te queda muy pequeño. Caminaba como alguien que
ha estado nadando en pena espesa, de esa que te hunde los hombros
hasta dolerte el alma. Tampoco sé por qué ese día
empecé a ver los pequeños detalles de la vida, lo bonito que se
esconde entre tanto desperdicio.
A la mañana siguiente
salió Sol, como siempre, pero esa vez yo salí con él.
Busca ese pequeño detalle que te saque
la sonrisa cuando lo necesites, cartas bonitas, una escapada al cine,
un bol grande de palomitas, un atardecer. Hay cosas maravillosas,
pero las lágrimas nos vuelven ciegos.
Quería
que supieras, que no existe la posibilidad de dejarse vencer para
alguien como tú.
Y escribo esto simplemente para
demostrarte que si una vez conseguiste levantarte, siempre vas a ser
capaz de volver hacerlo.