Felices 17.

Diecisiete.

Me acuerdo cuando pensaba que jamás llegaría ese momento en el que mis años no cupieran en los dedos de mis manos, y llegaron los once, después los doce, trece, hasta los diecisiete de hoy. Era una enana a la que el tiempo se le pasaba muy lento y le encantaba, de hecho, me sigue encantando.

No siempre me paré a pensar en la importancia de los años, en esa manía de querer medir el tiempo, de imponer horarios a la vida y a nosotros mismos, que deberíamos ser, ante todo LIBRES de cualquier atadura.

Y ¿sabéis?, cuando me paré a pensar sobre la importancia de todo esto, me di cuenta que en realidad no hay nada que pensar, porque los años no son más que una medida que te indica cuando tiempo llevas por estos lugares, y eso no tiene importancia. No mide las veces que te quedas sin respiración, ni las sonrisas, porque claro ¿para qué medir todo eso que hace a la vida, vida?

Y sí, llega, como todos los años, el 16 de Diciembre, y entonces todos empiezan a felicitarme y darme regalitos, no digo que no me guste, ¿pero qué debería yo hacer?, ¿cómo se pone cara de diecisiete?

Seré un poco idiota (demasiado), pero muy soñadora. Y no me mido en años, sino en latidos, en abrazos y sobre todo, en sonrisas. Tengo un millón de todo eso, y eso, es lo que realmente me importa. 

Seré persona, seré madura y creceré no por soplar velas, sino por vivir experiencias.

Diecisiete… qué poco llevo por aquí, y cuánto tiempo me parece…