"Si
quieres olvidar a una mujer, conviértela en literatura.”
Por
eso empecé a escribirte, porque necesitaba olvidarte un poco y así
poder calmar el terremoto de no tenerte. Pero me he dado cuenta de
que no sirve de nada, de que esto solo me está enfermando más y es
una patología de la que no quiero salir porque creo que la meta
final eres tú.
Te
hago literatura porque lo mereces; te hago literatura porque te
necesito de algún modo -de cualquier modo-; te hago literatura
porque te recuerdo, cuerdo y loco, a cada instante. Te hago
literatura porque “amarte en parte porque eres todo arte”
Amor,
que yo por ti pasaba por cien suelos de clavos, doscientas pasarelas
de fuego, volvería a vivir los peores meses y me quitaba los
dieciséis de diciembre del calendario.
Amor,
que yo busco y busco y no encuentro nada que no haría por ti.
Que
Wio suena cada noche a las diez menos cuarto, trayendo todo un cóctel
de noticias menos las tuyas. Y que no estás aquí para huir, ni
antes de las diez ni después y fíjate que sí que enloquezco cuando
oigo a alguien gritar a una terraza “te amo” y no eres tú.
Amor,
que te amo y no me encuentro límites en este campo.
Lobito
y yo hemos estado en muchas pausas además de muchos replays. En
una de esas, larga como los inviernos sin poder acurrucarme en sus
brazos, todo fue muy a la deriva en mi vida. Había abandonado
Nuestra Ciudad buscando paraísos allá dónde se hablaba que
existían y solo me encontré bosques quebradizos de abetos quemados.Yo, que soy tanto de desierto como de mar. Yo, que soy tanto de
verano como de diciembre. Yo, que me monto en la atracción más alta
a pesar de mi vértigo. Fui incapaz de mantenerme firme en ese
bosque... quebradizo... y quemado, de abetos.
Llegó
diciembre para salvarme, como siempre hace. Con mi dieciséis y
nuestro veinticinco. Y yo solo me dejé llevar a casa de nuevo y yo
solo volví a encontrar todo el hogar que necesitaba en él.
Después
de nuestra pausa, después de haberme marchado y haberle dejado allí,
volvimos a levantar el vendaval en Nuestra -siempre eterna e
inamovible- Ciudad. Nos pusimos a trepar edificios esa noche. El más
alto de todos, el gigante abandonado, tan pausado en el tiempo que
estaba en blanco y negro.
Trepamos
por las escaleras y paredes y llegamos a su punto más alto, llegamos
a nuestros tronos de emperador y emperatriz de esa ciudad. Veíamos
sus luces resplandecer tintineantes, la avenida desembocando en
institutos de colores, a lo lejos el fin y cerca -con nosotros- el
principio.
Me
acuerdo del temblor de estar de nuevo con mi Lobito, de seguir
escribiendo nuestra historia, de sentirme en el lugar en el que justo
tenía que estar. Me acuerdo de él haciéndome una foto porque
“estaba mona” ahí arriba, con la nariz roja del frío y los
mofletes sonrojados del amor que me recorría cada centímetro.
Allí,
arriba, en la cumbre de la montaña de nuestros recuerdos le conté
que Madrid se estaba portando mal. Le conté que lloraba más que
reía. Le conté que ser fuerte ya no servía. Y él me volvió a
prestar sus brazos y me abrazó con el corazón. Después de tantos
meses, después de haber sido amor y desamor,
~ahí estaba él: íntegro, inalterable, permanente, continuo, inefable.
para
mi: descompuesta, rota, rasgada, descosida, quebrada.~
Porque lo
necesitaba, de nuevo, vino con su silente aullido a calmar todos
mis eclipses.
Ahora
Madrid me está dando muchos mimos y si ella no puede, hay personas
que lo hacen. Pero la verdad -y sé que es una preferencia estúpida-
preferiría que Madrid siguiera siendo una mierda y tener a Lobito
conmigo.
No
tengo ni puñetera idea de lo que hace con su vida y tampoco tengo ni
puñetera idea de lo que hago yo con la mía sin él. Por qué no
nos estamos queriendo. Por qué salgo a la calle y no está él
esperando. Por qué no tengo mi coche para ir a recogerle. Por qué
está allí. Por qué seguimos en pausa. Por qué así. Por qué
Lobito y Luna y no sólo él y yo.
En una de tantas madrugadas Nuestra
Ciudad se nos quedó pequeña y quisimos experimentar. ¿Qué se
contarían los demás, los que estaban más allá de la frontera de
nuestras calles?
Cogimos el coche y nos fuimos al
centro. Llegamos bien tarde, tanto que la fiesta ya se estaba
acabando para todos, la afición que teníamos de vernos por las
noches tenía sus ventajas y desventajas. Pero nos dio igual, la
fiesta la traíamos nosotros.
No pasaron ni diez minutos desde que
dejamos el coche aparcado en una calle de las que nunca hay
aparcamiento hasta que un par de tipos nos pararon. Me pararon más
bien. Soy una ligona, señores, qué le voy a hacer. Bueno, en
realidad no, pero al tipo ese le tenían que gustar las
coletas mal hechas y las camisetas anchas de perritos.
Dos tipos de nuestra edad se nos
acercaron. Uno -el ligón- iba con más alcohol que sangre en las
venas, el otro -el ajustado- iba más estable, enfundado en un
atuendo claustrofóbicamente apretado y con unas gafas a conjunto de toda esa
“modernez”. Ambos hacían un dúo gracioso. El ligón no tardó
ni tres frases en decirnos que era guitarrista y que tocaba en un
grupo con mucha proyección, mientras nos contaba esto sus pelos largos se le caían por
la cara y con un gesto torpe los iba retirando.
El ligón me ofreció una cerveza que
acepté y nos preguntaron si estábamos de fiesta, y aunque
hubiéramos llegado hacía diez minutos solo para ver otras calles
diferentes Lobito dijo con seguridad:
“¡Claro, claro! ¿Qué vamos a
hacer si no por aquí?"
Le gustaba liarla y más con gente a la que
acababa de conocer. Así que nos pusimos en camino los cuatro:
Lobito, Luna, el ligón y el ajustado.
El ligón solo tenía dos vertientes de
conversación: que era muy bueno tocando la guitarra y tirarme
indirectas. No sé con cuál me reía más. Era un tipo simpático.
En una plaza descubrimos que teníamos una amiga en común y entonces
quiso hacerse una foto juntos para enviársela. Lo que me vino de
sorpresa es que me cogiera cual princesa para posar. Ojalá pudiera
poneros aquí la foto, mi cara tiene una sonrisa muy característica
que solo me sale en las situaciones desconcertantes.
Después de ese breve pero intenso
episodio seguimos nuestro camino, los cuatro: Lobito, Luna, el
ligón y el ajustado.
Lobito estaba teniendo a ratos una
conversación con el ajustado, aunque no se le veía muy ilusionado,
no era de esas personas a las que acababa de conocer que tuviera
cosas interesantes que contarle. Yo a ratos también le rescataba,
pero el ligón era muy ligón. Fue ahí cuando empecé a insinuar que
Lobito y yo éramos novios, aunque no lo fuéramos realmente, no en
el sentido estricto de la palabra.
En la siguiente plaza el ligón frenó
en seco y dijo que no se creía que estuviéramos juntos. Entonces
nos "retó" a que nos diéramos un beso para comprobarlo. Qué gran desafío besar a aquel con quien me pasaría el resto de mi vida. Cuando Lobito y yo
lo hicimos la actitud del ligón cambió. Lobito lo describía así: “qué triste se puso, aunque también estaba algo enfadado.” Lo cierto es que algo en su mente alcoholizada hizo el
intento de cambiar, pero -aunque más disimulado- la esencia fue la
misma.
Finalmente llegamos a unos de los pocos
locales que abrían hasta el amanecer pero yoya me había cansado
de compartir esa noche con otros y con la mirada y un par de apretones de mano Lobito entendió que era momento de irse. Le hicimos al ligón
y al ajustado (que estaba también harto de nosotros) la de “nos
duele la cabeza” e hicimos bomba de humo.
Recuerdo esa noche con cariño porque
fue la perfecta demostración de que Lobito y yo somos tan variables
como queramos. Y también porque me gusta la picardía con la que se
divierte viéndome en esas situaciones surrealistas con gente al
azar.
"Estuve en Londres, Buenos Aires, México, me bañé en el Sena, y sí, vuelvo con la conclusión: en todos esos cielos brilla igual nuestra luna llena, y tú sigues siendo la mejor."
Era muy de madrugada cuando Sputnik -mi amor- apareció de nuevo por el borde del abismo. Era muy -aún más- de madrugada cuando volví a decidir rescatarle. Era muy -ya tan- de madrugada que la luna estaba tenue cuando Sputnik me miró con esos ojos infinitos que te recitan literatura. Era ya -casi- un amanecer cuando Sputnik se acercó a mi yo inmóvil contemplativo de su atmósfera, como si yo fuera un satélite y Sputnik la estrella, y me dijo que ya estaba todo listo para amar de nuevo. Era ya amanecer cuando Sputnik se fue, de nuevo, pero esta vez ya no por el borde, y ya ni siquiera por el abismo.