viernes, 20 de noviembre de 2015

tu mirada

Lo que me dice tu mirada está prohibido en las iglesias,
no se puede decir en voz alta en las escuelas
y sucede bajo los pupitres.

Lo que me dice tu mirada corresponde a la última fila del cine,
a tu coche de madrugada,
y a otros tipos de penumbras.

Lo que me enseña tu mirada no está en los libros,
no se enfrenta a la censura,
no se puede describir,
no se comparte,
no se lee,
Se vive.


viernes, 13 de noviembre de 2015

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Lobito y Luna VI

Una vez leí una frase de Henry Miller que decía:
"Si quieres olvidar a una mujer, conviértela en literatura.”
Por eso empecé a escribirte, porque necesitaba olvidarte un poco y así poder calmar el terremoto de no tenerte. Pero me he dado cuenta de que no sirve de nada, de que esto solo me está enfermando más y es una patología de la que no quiero salir porque creo que la meta final eres .
Te hago literatura porque lo mereces; te hago literatura porque te necesito de algún modo -de cualquier modo-; te hago literatura porque te recuerdo, cuerdo y loco, a cada instante. Te hago literatura porque “amarte en parte porque eres todo arte”

Amor, que yo por ti pasaba por cien suelos de clavos, doscientas pasarelas de fuego, volvería a vivir los peores meses y me quitaba los dieciséis de diciembre del calendario.
Amor, que yo busco y busco y no encuentro nada que no haría por ti.
Que Wio suena cada noche a las diez menos cuarto, trayendo todo un cóctel de noticias menos las tuyas. Y que no estás aquí para huir, ni antes de las diez ni después y fíjate que sí que enloquezco cuando oigo a alguien gritar a una terraza “te amo” y no eres tú.
Amor, que te amo y no me encuentro límites en este campo.


Lobito y yo hemos estado en muchas pausas además de muchos replays. En una de esas, larga como los inviernos sin poder acurrucarme en sus brazos, todo fue muy a la deriva en mi vida. Había abandonado Nuestra Ciudad buscando paraísos allá dónde se hablaba que existían y solo me encontré bosques quebradizos de abetos quemados. Yo, que soy tanto de desierto como de mar. Yo, que soy tanto de verano como de diciembre. Yo, que me monto en la atracción más alta a pesar de mi vértigo. Fui incapaz de mantenerme firme en ese bosque... quebradizo... y quemado, de abetos.

Llegó diciembre para salvarme, como siempre hace. Con mi dieciséis y nuestro veinticinco. Y yo solo me dejé llevar a casa de nuevo y yo solo volví a encontrar todo el hogar que necesitaba en él.
Después de nuestra pausa, después de haberme marchado y haberle dejado allí, volvimos a levantar el vendaval en Nuestra -siempre eterna e inamovible- Ciudad. Nos pusimos a trepar edificios esa noche. El más alto de todos, el gigante abandonado, tan pausado en el tiempo que estaba en blanco y negro.
Trepamos por las escaleras y paredes y llegamos a su punto más alto, llegamos a nuestros tronos de emperador y emperatriz de esa ciudad. Veíamos sus luces resplandecer tintineantes, la avenida desembocando en institutos de colores, a lo lejos el fin y cerca -con nosotros- el principio.
Me acuerdo del temblor de estar de nuevo con mi Lobito, de seguir escribiendo nuestra historia, de sentirme en el lugar en el que justo tenía que estar. Me acuerdo de él haciéndome una foto porque “estaba mona” ahí arriba, con la nariz roja del frío y los mofletes sonrojados del amor que me recorría cada centímetro.

Allí, arriba, en la cumbre de la montaña de nuestros recuerdos le conté que Madrid se estaba portando mal. Le conté que lloraba más que reía. Le conté que ser fuerte ya no servía. Y él me volvió a prestar sus brazos y me abrazó con el corazón. Después de tantos meses, después de haber sido amor y desamor,
~ahí estaba él: íntegro, inalterable, permanente, continuo, inefable.
para mi: descompuesta, rota, rasgada, descosida, quebrada.~
Porque lo necesitaba, de nuevo, vino con su silente aullido a calmar todos mis eclipses.

Ahora Madrid me está dando muchos mimos y si ella no puede, hay personas que lo hacen. Pero la verdad -y sé que es una preferencia estúpida- preferiría que Madrid siguiera siendo una mierda y tener a Lobito conmigo.

No tengo ni puñetera idea de lo que hace con su vida y tampoco tengo ni puñetera idea de lo que hago yo con la mía sin él.
Por qué no nos estamos queriendo. Por qué salgo a la calle y no está él esperando. Por qué no tengo mi coche para ir a recogerle. Por qué está allí. Por qué seguimos en pausa. Por qué así. Por qué Lobito y Luna y no sólo él y yo.

Henry Miller no tenía ni puta idea de literatura.



miércoles, 4 de noviembre de 2015

Lobito y Luna V

En una de tantas madrugadas Nuestra Ciudad se nos quedó pequeña y quisimos experimentar. ¿Qué se contarían los demás, los que estaban más allá de la frontera de nuestras calles?
Cogimos el coche y nos fuimos al centro. Llegamos bien tarde, tanto que la fiesta ya se estaba acabando para todos, la afición que teníamos de vernos por las noches tenía sus ventajas y desventajas. Pero nos dio igual, la fiesta la traíamos nosotros.

No pasaron ni diez minutos desde que dejamos el coche aparcado en una calle de las que nunca hay aparcamiento hasta que un par de tipos nos pararon. Me pararon más bien. Soy una ligona, señores, qué le voy a hacer. Bueno, en realidad no, pero al tipo ese le tenían que gustar las coletas mal hechas y las camisetas anchas de perritos.
Dos tipos de nuestra edad se nos acercaron. Uno -el ligón- iba con más alcohol que sangre en las venas, el otro -el ajustado- iba más estable, enfundado en un atuendo claustrofóbicamente apretado y con unas gafas a conjunto de toda esa “modernez”. Ambos hacían un dúo gracioso. El ligón no tardó ni tres frases en decirnos que era guitarrista y que tocaba en un grupo con mucha proyección, mientras nos contaba esto sus pelos largos se le caían por la cara y con un gesto torpe los iba retirando.
El ligón me ofreció una cerveza que acepté y nos preguntaron si estábamos de fiesta, y aunque hubiéramos llegado hacía diez minutos solo para ver otras calles diferentes Lobito dijo con seguridad:
“¡Claro, claro! ¿Qué vamos a hacer si no por aquí?"
Le gustaba liarla y más con gente a la que acababa de conocer. Así que nos pusimos en camino los cuatro: Lobito, Luna, el ligón y el ajustado.

El ligón solo tenía dos vertientes de conversación: que era muy bueno tocando la guitarra y tirarme indirectas. No sé con cuál me reía más. Era un tipo simpático. En una plaza descubrimos que teníamos una amiga en común y entonces quiso hacerse una foto juntos para enviársela. Lo que me vino de sorpresa es que me cogiera cual princesa para posar. Ojalá pudiera poneros aquí la foto, mi cara tiene una sonrisa muy característica que solo me sale en las situaciones desconcertantes.
Después de ese breve pero intenso episodio seguimos nuestro camino, los cuatro: Lobito, Luna, el ligón y el ajustado.

Lobito estaba teniendo a ratos una conversación con el ajustado, aunque no se le veía muy ilusionado, no era de esas personas a las que acababa de conocer que tuviera cosas interesantes que contarle. Yo a ratos también le rescataba, pero el ligón era muy ligón. Fue ahí cuando empecé a insinuar que Lobito y yo éramos novios, aunque no lo fuéramos realmente, no en el sentido estricto de la palabra.
En la siguiente plaza el ligón frenó en seco y dijo que no se creía que estuviéramos juntos. Entonces nos "retó" a que nos diéramos un beso para comprobarlo. Qué gran desafío besar a aquel con quien me pasaría el resto de mi vida. Cuando Lobito y yo lo hicimos la actitud del ligón cambió. Lobito lo describía así: “qué triste se puso, aunque también estaba algo enfadado.” Lo cierto es que algo en su mente alcoholizada hizo el intento de cambiar, pero -aunque más disimulado- la esencia fue la misma.
Finalmente llegamos a unos de los pocos locales que abrían hasta el amanecer pero yo ya me había cansado de compartir esa noche con otros y con la mirada y un par de apretones de mano Lobito entendió que era momento de irse. Le hicimos al ligón y al ajustado (que estaba también harto de nosotros) la de “nos duele la cabeza” e hicimos bomba de humo.

Recuerdo esa noche con cariño porque fue la perfecta demostración de que Lobito y yo somos tan variables como queramos. Y también porque me gusta la picardía con la que se divierte viéndome en esas situaciones surrealistas con gente al azar.


"Estuve en Londres, Buenos Aires, México,
me bañé en el Sena, y sí, vuelvo con la conclusión:
en todos esos cielos brilla igual nuestra luna llena,
y tú sigues siendo la mejor."

 ... y tardó un año en regresar 

domingo, 1 de noviembre de 2015

Satélites en órbita

Era muy de madrugada cuando Sputnik -mi amor- apareció de nuevo por el borde del abismo.
Era muy -aún más- de madrugada cuando volví a decidir rescatarle.
Era muy -ya tan- de madrugada que la luna estaba tenue cuando Sputnik me miró con esos ojos infinitos que te recitan literatura.
Era ya -casi- un amanecer cuando Sputnik se acercó a mi yo inmóvil contemplativo de su atmósfera, como si yo fuera un satélite y Sputnik la estrella, y me dijo que ya estaba todo listo para amar de nuevo.
Era ya amanecer cuando Sputnik se fue, de nuevo, pero esta vez ya no por el borde, y ya ni siquiera por el abismo.


*para g. por ser la especie más rara de co-autor