Echo de menos mi coche para tener dónde
comer pizza, dónde besarnos y dónde follarnos. Para poder ir a la
playa, dejarlo en la orilla,
poner las luces, coger un disco cualquiera y el volumen lo
suficientemente alto como para escuchar las olas pero no los
problemas.
Echo de menos conducir dirección a un
concierto, a comer con mamá, a ver a la abuela, a tu casa, a mi
casa, a verte salir corriendo del portal a las dos de la madrugada y, seguramente, no volver hasta que se nos agote la noche.
Y lo mal que estás de la puta cabeza.
Echo de menos
verte con la luz naranja de las farolas, el reflejo verde de los
semáforos y el rojo de “unos segundos para meterte mano.”
Echo de menos llenarlo de tantas
maletas que subir cuestas ya no se le haga fácil, y poner rumbo, y
encallarlo, y sacarlo, y volver a poner rumbo. Y joder, que no nos
queda gasolina, pero sí muchas ganas.
Echo de menos llegar, y bajar
corriendo, dejando las llaves dentro porque tus brazos esperan fuera
y están muy vacíos sin mi acurrucándome en ellos. Recogerte en
cualquier momento porque nuestras agujas del reloj son “me
apeteces” y “ahora”. Y al segundero ni le daba tiempo a
aparecer.
Echo de menos quemar rueda mientras nos
queremos a quemaropa. Meter quinta con tu mano sobre la mía y la
sexta ponerla nosotros cantando Pereza a toda voz y
desafinando:
“Ardió el colchón
donde tú y yo
mojamos nuestros flacos huesos secos
tiritando
y un amor tan prieto y dulce
como no pensé que habría algo tan
dulce como tú”
Echo de menos mi coche y los “hay que descubrir
ese sitio” a modo de pasaporte.
Y sobre todo echo de menos que esta fuera la única manera en la que la distancia ya no importara y siempre fuera capaz.
donde huir era fácil y encontrarse aún más