Me encontraste magullada y dolorida,
con los hombros cansados y con el corazón aún más.
Estaba llena de heridas de batallas
perdidas que luché hasta el final porque creía que perder no sería
tan doloroso como rendirse a tiempo. A tiempo, nunca llego a tiempo.
La vida me pesaba tanto que de repente
ya no la necesitaba.
Dejé de engañarme con esperanzas y
hasta los atardeceres dejaron de parecerme bonitos. Y todos los días
estaban nublados sobre mi cabeza a pesar de que hiciera un sol
horroroso que sacaba a todos los niños a jugar y yo era incapaz de
escuchar cualquier risa.
No te haces ni una idea de cuánto
tiempo llevaba sin mirarme directamente a mi misma a los ojos cuando
me reflejé en los tuyos.
Comenzaste a cuidar todas mis heridas y
jamás de rendiste porque creías que dejarme perder era mucho más
doloroso. Yo jamás te pedí nada y tú hiciste todo lo que incluso
ni sabía que necesitaba.
Y ahora que ya no tengo más heridas
que curar no te me has ido y yo aunque siempre me has dicho “que no
te debo nada” estoy tan en deuda con la forma en la que me quieres.